21.9.17

septiembre.20

Una bañera vacía es el lugar perfecto para perder peso.
Es como flotar,
el cuerpo liviano
desatomizado
etéreo
sutil.

La bañera-útero, en cambio, lleva agua
en lo posible, bien caliente.
Cierro los orificios
hundida en la tibieza
soy invisible
y puedo no respirar.

Las plazas también son un buen lugar
para perder el nombre,
ida y vuelta en las hamacas.
Lo que me molesta del vaivén
es que a veces no hay ven,
sólo va... ¿y?

Entonces me guardo debajo de la cama,
junto con pelos, pelusas y algún que otro bicho.
Ahí sí, no hay nadie más,
sólo metiéndote conmigo acá
me podrías alcanzar.

Cierro los ojos en la bañera vacía
y me transformo en burbujas de aire.
Los detalles revelan la extensión
de todo lo que nos falta por conocer.

Escribo en mi mente cosas que después me olvido
mientras lijo un palito de rodete samurai
y el polvo cae sobre la nariz.
No estoy acá, no estoy allá.
Estoy en la lija que te va gastando.

A veces me voy por ahí
me pongo a cangrejear
a caminar de costado
y cuando quiero volver
la distancia es tanta
que me arritmia.

Como mucho puedo ir en diagonal
como para salir de la resaca
cuando la luz
¡claramente!
está adelante.

Entonces te grito
porque estoy lejos
y no sé volver.

Te grito mientras me ahogo,
tu figura borrosa está ahí
al alcance -y tan lejos- de la mano,
del otro lado de la gruesa capa de hielo
que yo misma forjé
con mi aliento.

Grito de esquirlas
que viajan a toda velocidad
y quedan suspendidas
unos-segundos-antes
formando un laberinto
de lanzas tornasoladas
como un bosque de cristales
de aspirina
en un vaso de agua.

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