El argumento suena razonable y entonces una se conforma con artificios tales como que la amistad es mucho más longeva que el amor. O como que los amigos son amigos toda la vida. Y subraya: toda-la-vida.
En cambio, los amantes... bueno, los amantes ya se sabe. Dura lo que dura. Que nadie se muere de amor. Ni de extrañor. Insiste con que "así nos vamos a poder acompañar toda la vida". Otra vez, subrayado: t o d a l a v i d a. Más allá de los viajes, las mudanzas, las parejas, los hijos que ni-vos-ni-yo vamos a tener, los proyectos, los ensayos, las presentaciones y todas nuestras excusas. De lejito, eso sí. Nos acompañamos de lejito. De lejito se ve más bonito. Como en una comedia romántica barata, pero que nos ablanda el corazón porque somos sensibles, muy sensibles. Al final de la historia de amor, ellos se reencuentran en su vejez. O mejor: uno de los dos se muere, y chau. A la mierda todo. Nos encanta sufrir por amor. A esta altura de la conversación ya va pareciendo como que la amistad garpa más que el amor, de alguna utópica manera: "Los amigos siempre están". Y entonces le das la razón, porque crees que salís ganando. ¿Siempre están? Los amigos se juntan o se casan, tienen hijos, se hacen viejos, y los que no entramos en esos rubros nos quedamos afuera (casi siempre). Podríamos hacer reuniones de no-padres. O fundar un club para personas que no envejecen, porque nosotros nos miramos al espejo y vemos siempre lo mismo. Recién nos sabemos viejos cuando nos reflejamos en los compañeros de otras vidas, que están cansados y hechos mierda. Nosotros no, nunca. |
Gato de Agua. Traficante de medias antideslizantes. Cuerpa en movimiento. Gerundio lover. Experta en no estar en ningún lado al mismo tiempo. Poeta, cantora y acuarelista nacida en Córdoba, enraizada en Salta y migrante en tierras sudamericanas.
8.4.17
Amigos
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