Encuentro después de tanto tiempo que tus ojos todavía tienen el mismo poder sobre mí. No, no son tus ojos de colores, ni tu lunar cerca de la pupila; es tu mirada. Y no sólo la tuya, sino la de muchos otros a quienes supe querer. No es que me pase con todos, pero es algo que suele sucederme.
La cuestión aquí es que los tuyos todavía me enceguecen. Después de meses aún iluminan el lugar donde nos encontramos, la mesa donde tomamos el té. Si hasta la camarera te sonríe con pudor. Todavía logran hacerme estallar en mil colores y es cuando vos decís que brillo. Sí, ya se, a nosotros nos gusta el negro, but still…
Todavía creo que tu sonrisa es como aquella versión de ese cuadro de Klimt hecho con piedras que vi en el paseo y hubiera querido dedicarte. Todavía intento, pero no logro definirte ni compararte.
Estuve frecuentando ciertos lugares que solíamos recorrer. Algunos cambiaron bastante: la casa de saldos con libros y vinilos en el Paseo Colonial cerró, aquella otra donde solíamos pasar la tarde ya no tiene nada interesante, el bar del galpón ahora es una extensión de la feria y la cafetería se cae a pedazos.
Pensaba en cómo dejé de hacer las cosas que disfrutábamos juntos, cómo dejé de ver a todos, cómo dejé de buscarte. Pensaba cómo pasó tanto tiempo sin que volviera a escuchar esa música o ponerme esa remera (la misma que elegí ahora, por aquella noche).
¿Por qué cada vez me obligo a empezar de nuevo?
Cancelar todo eso es cancelar también los recuerdos, los sentimientos.
Es, de alguna manera, cancelarte.
Borrar tus indicios en mis textos.
Cerrar los ojos para que no me veas.
Me alegra que vos también brilles, que no te haya ganado la sombra.
Sólo espero no encontrarte tan seguido entre mis cosas.