Las cosas más lindas son tan efímeras como la flor de un cactus en enero. Quisiera que te quedes pero te vas, naturalmente. Y sé que quizá no vuelva a verte, o tal vez cuando vuelvas ya no haya nada.
Ok. ¿Nos saludamos como si no importara? A mí me importa, no quiero despedirme otra vez como si estuviéramos cerca. Como si fuéramos a vernos mañana.
Me gustaría decirte algunas cosas para no quedarme otra vez con esa sensación del “y si…”, pero me las guardo. Después de todo no cambiaría nada tu respuesta…
Para qué hablar de que si no fueras quien sos, si no hicieras lo que hacés, si fuera otro momento…
Sería más fácil tal vez si ya te hubieras ido, pero saber que aún estás ahí lo hace todo más difícil. Te veo preparando el mate de la mañana, pensando en el almuerzo… creo imaginar lo que estás haciendo, como estás vestido.
Té de jazmín con galletitas de coco. Mojo las galletas en el té y pienso en curitas. Hay despedidas que son así, como despegar una curita. Duele el tirón, y después queda lo que los médicos llaman un dolor “fantasma” en la zona. Lo mismo pasa con las ausencias, de pronto hay un lugar vacío donde apoyaste tu mano, tu cabeza, tus labios todos estos días…
Maldigo mi suerte por haberme cruzado en tu camino, y maldigo mis ojos por haberse posado en tu sonrisa de niño. Maldigo las mañanas por sacarme de tus brazos, por atreverse a despertarnos.
Empiezo a pensar en las cosas que no me gustan de vos para ver si así te borro más rápido. Con tu piel todavía en la mía, entro en la bañera, y espero que desaparezcas. Quiero que tu color deje de hacer contraste con el mío. Anhelo que tu recuerdo se diluya finalmente. Saco el tapón deseando que tu olor me deje y se vaya con el agua. No quiero recordar tu altura, tu espalda, tu abrazo. No quiero encontrar un solo cabello tuyo entre mi ropa.
En unos días soy, de nuevo y como siempre, una sola.