Para un buen ritual de entrada a la dimensión creativa, no deberían faltar ni el mate ni el silencio.
Tampoco un momento de reflexion frente a la inmensidad de, por ejemplo, una ventana que de a la infinitud del mar, la aparente calma de un lago o al imponente misterio de los cerros.
La creatividad despierta en un corazón vivo y una mente bien alimentada.
No está demás guardar el miedo a la mediocridad en un frasco bien sellado, para que no se escuche el veneno de su susurro entre las herramientas de trabajo; y silenciar las voces de quienes jamás salieron de entre los barrotes rancios y oxidados del encierro en el deber ser.
También, por supuesto, cómo elemento indispensable, será necesario un gato.